El sistemático abandono de lo tecnológico (Y la esperanza de acercarlo para el futuro)

Para nadie es extraño pensar que la asignatura de Tecnología es una de las últimas prioridades en un colegio chileno. Ya sea como alumno/a, apoderado/a, docente o ex-alumno/a, se ha tenido de primera mano la experiencia de minimizar la importancia de este curso, que podemos recordar cómo manualidades, trabajos grupales y proyectos con el computador. Solemos entender el sistema escolar desde sus indicadores y exámenes, enfocando las expectativas y éxito en matemáticas, lenguaje u otros ramos “importantes”. El dejamiento de Tecnología no es casualidad entre la comunidad escolar, es consecuencia del diseño curricular nacional y de un paradigma reduccionista del aprendizaje. 

Pero, ¿qué nos puede aportar un curso tan minimizado durante momentos de crisis? Nosotros creemos que darle importancia y valor al curso (y sus contenidos, aprendizajes y especialmente sus docentes) puede ayudarnos a entender las múltiples crisis del presente y también, prepararnos para las discusiones de futuro, tanto a nivel escolar como cívico. 

A pesar de lo innovador de tener un curso integrado desde el año 2000 al sistema educativo, este ha sido negligente con sus docentes. Hace 20 años el Ministerio de Educación realizó una capacitación deficiente y externalizada, para la reconversión de profesores de técnico manual, francés y otros ramos electivos del curriculum pre-2000. Sin embargo, hasta hoy ha mantenido esta minimización con una ínfima presencia en tiempo semanal de 90 ó 45 minutos a la semana, dependiendo del nivel. Además, una aparente inexistencia de formación docente y capacitaciones para el área de aprendizaje en Chile, a pesar de tener más de 4.000 profesores dictando esta materia a lo largo del país. Incluso, durante el último cambio curricular, ocurrido entre los años 2013 y 2019, estos elementos fueron parte de la discusión del Consejo Nacional de Educación respecto a los contenidos de Tecnología. Es así, que muchísimos profesores realizan este ramo prácticamente a pulso, con los mínimos recursos recomendados disponibles, pasando por un evidente abandono y precarización. 

Por otra parte, a consecuencia de la pandemia, sabemos que el trabajo docente se ha incrementado. La desigualdad y desvalorización del trabajo docente ha sido una vasta discusión en Chile durante la última década, en particular durante la definición de la carrera docente. Actualmente, para poder seguir cumpliendo su rol social, los profesores han necesitado expandir su repertorio, teniendo que actualizar o incorporar forzosamente un conjunto de habilidades de manejo de tecnologías digitales por las comunidades escolares. En este contexto, los docentes que imparten el ramo de tecnología han tomado un protagonismo inesperado, no tanto en sus aulas virtuales, pero sí con sus colegas. Es decir, muchos han tenido que capacitar a sus pares de otras asignaturas con el fin de continuar educando remotamente, siendo estos los que se espera tener “el estado del arte” para enfrentar una transición tan drástica como inesperada. 

Estas inequidades en la transición, están re-dibujando nuestra relación con el aprendizaje y con la institución escolar, en la cual el docente de tecnología resulta crucial, no sólo para sus liceos, escuelas y colegios, sino para innovar socio-técnicamente para explorar las crisis. 

Estos procesos han mostrado diversas desigualdades, no solo por el acceso a infraestructura o información digital a nivel nacional, sino también de las cosas que se asumen del teletrabajo , como la  necesidad de  que los profesores debían pagar  su conexión desde sus propios bolsillos,  intentando además cumplir con las expectativas de padres y alumnos que  esperan que  el profesor esté disponible las 24 horas del día. Eso es una fracción entre otros problemas emergentes. En particular, el trabajo de Patricia Peña y otras académicas, muestran que existe una gran brecha digital, que afecta especialmente a mujeres, muchas de las cuales cumplen labores docentes. Estas inequidades en la transición, están re-dibujando nuestra relación con el aprendizaje y con la institución escolar, en la cual el docente de tecnología resulta crucial, no sólo para sus liceos, escuelas y colegios, sino para innovar socio-técnicamente para explorar las crisis. 

Desde el 18-O que los chilenos y chilenas somos más conscientes de las inequidades y desigualdades estructurales que compartimos; realidad que una gran mayoría quiere cambiar. Estos cambios no están ajenos a la dimensión tecnológica —no tecnocrática— de nuestra realidad. La tecnología es producto de nuestra cultura y como describe Bruno Latour “Es la sociedad hecha duradera”. La tecnología no se reduce a relojes, algoritmos o industrias, la tecnología refleja los valores que nuestras instituciones, comunas y hogares apropian e incorporan, como nuestro (¿nuestro?) la perversa integración del sistema bursátil y la previsión social, los usos del diario, la logística de las cajas de alimentación o la dignidad de las ollas (comunes, revolucionarias, feministas, comunitarias…).

La práctica y reflexión tecnológica nos entrega una perspectiva integrativa y sistémica para los grandes problemas del presente, ausente en todas las otras áreas del sistema escolar. Conceptos tales como cambio global, desigualdad territorial, crisis sanitaria y el reordenamiento político-institucional, inundan nuestros noticieros. Todos estos conceptos involucran sistemas complejos de artefactos y personas, y el curso del colegio que se centra en la resolución de problemas es precisamente, Tecnología. Empoderarnos de nuestros sistemas socio-técnicos desde temprana edad es crucial, no solo como “emprendedores” como intenta hacer imaginar este gobierno, sino como ciudadanos íntegros. 

Recientemente los autores hemos tenido la experiencia de compartir con los profesores de tecnología, en  un primer ciclo de una serie de seminarios web llamada “Acercando Tecno/logías”, que nos permiten conectar con estos docentes, sus diversas experiencias y conocimientos. Pero particularmente, hemos podido constatar que en este grupo tan desvalorizado de profesores existe un potencial inesperado en la íntegra construcción de ciudadanos y ciudadanas para enfrentar las crisis, con herramientas críticas, creativas e interdisciplinarias, necesarias para las transformaciones que Chile requiere. Muchos de ellos son autodidactas, por las mismas razones sistémicas mencionadas anteriormente. Su trabajo es sorprendente y su valor es fundamental en el presente de las comunidades educativas, cuando los lineamientos y recursos para enseñar a distancia son insuficientes para la demanda cognitiva, social y emocional que la incertidumbre y la desigualdad generan. 

Esto comienza en el aula con este curso tan poco valorado, pues la tecnología es un reflejo de lo humano, y excede los límites de lo digital o de lo artesanal. Es imperante revalorizar a la tecnología (tanto en el aula, como a nivel social). En particular, a sus profesores como agentes  críticos y transversales al currículum educativo que es. Esta asignatura va más allá del encasillamiento binario, retrógrado y moderno de “ser científico o humanista”. Más que contenido, son las habilidades para diseñar nuevos mundos y evaluar sus impactos las que se adquieren cuando le damos centralidad a esta conversación, las que resultan útiles en cualquier momento de la vida personal y profesional. Por esto, queremos reivindicar el valor del profesor y profesora de tecnología, que a pesar de las diversas trayectorias profesionales que tienen y dificultades que enfrentan, resultan esenciales en la formación de niños, niñas y jóvenes para manejar la incertidumbre, el cambio, el fracaso y las transiciones. Elementos que son fundamentalmente  claves para el desarrollo en estos momentos de crisis. 

Autores.

  • Martín Pérez Comisso @mapc Químico y actualmente, estudiante de doctorado en Dimensiones Humanas y Sociales de la Ciencia y Tecnología, Arizona State University
  • Matías García García. Doctor en ingeniería química, Universidad de Chile.